miércoles, 29 de enero de 2014

"HOLDOUTS" LOS REZAGADOS DEL SOL NACIENTE

    LOS SAMURAIS PERDIDOS. LOS SOLDADOS OLVIDADOS POR JAPON


 

Libro Bushido Aunque el sentido del honor no es exclusivo de la sociedad japonesa y actos tales como matarse antes que rendirse, ya lo practicaron otros pueblos, como los patrios Sagunto y Numancia, no se puede negar, que el concepto honor sigue ampliamente arraigado desde tiempos inmemoriales en el “ADN” de los habitantes del Imperio del Sol Naciente. Procederes tales como; La hospitalidad extrema, la moderación en la expresión de sus sentimientos, el respeto absoluto al familiar más anciano, la vergüenza o el miedo de no conseguir los objetivos, que les lleva a tener una preocupante tasa de suicidios sobre todo juvenil, son reminiscencias ancestrales de Las siete virtudes del Código Bushido de los Sumarais. Ordenes morales que siguen estando presentes en mayor o menor medida en la sociedad nipona y de las que existe una vasta literatura, dentro de Japón, por ser estas, inherentes al sentir nacional
 
 
La muerte no es eterna, el deshonor si.
 
No debe extrañarnos por tanto, que el beligerante japón de siempre, el mismo que invadió china o atacó a EE.UU sin previo aviso en Pearl Harbor ( Hawai), arengara a sus soldados con el espíritu de aquellos guerreros que nunca se rendían, y pagaban el deshonor sacrificando su propia vida, a través del Seppuku o Harakiri, (cortar-vientre) abriéndose con el Tantó, (pequeña katana) el abdomen de forma horizontal y vertical, para morir desangrados. Cabe decir, que normalmente, se apoyaban en otra persona, que ejercía de ayudante y a una señal del primero la decapitaba evitándole una larga agonía.
   
            Caso reseñable fue el del General Nogi Maseruke, que pidió permiso al emperador para “dejar este mundo voluntariamente” al sentirse culpable por la muerte de muchos hombres bajo su mando en la batalla de Port Arthur de 1905 en la guerra ruso-japonesa. Y tal petición la hizo, incluso, a pesar de haber vencido, un poco esperando que este le disculpase y alabara su figura. El Emperador Mutshito le negó la petición y le dijo que debía seguir vivo, al menos mientras él lo estuviese. Estas últimas palabras que bien pudo haberse ahorrado el emperador, condenaron al militar. Dicho y hecho, siete años después, muere Mutshito , y con su cadáver aún caliente, Nogi Maseruke y su esposa, ambos descendientes de samurais, se quitaron la vida bajo la práctica del seppuku. El general, adquirió por realizar “ proeza tan absurda”, el rango de héroe nacional, y se le sigue recordando, como ejemplo de honorabilidad.



 
Era también signo identificador de esta filosofía, que los oficiales, aún, en la segunda guerra mundial, mantuvieran una espada, (elemento esencial del samurai), siempre consigo, y en un acto propio de otros tiempos, al grito de Banzai con ella en mano, lanzarán sus tropas contra el enemigo.

 
 
Por lo mismo, están en la memoria de todos nosotros, aquellos aviadores, que por propia voluntad y tras brindar con sake en la misma pista antes del despegue, se inmolaban, lanzando sus aviones cargados de bombas, contra los barcos enemigos. Eran los llamados Tokkotai, una forma abreviada de decir en japonés, Unidad Especial de Ataque. Sin embargo, el ejército estadounidense los denomino Kamikazes, al copiar la expresión japonesa -Viento Divino-, que es como llamaba la población al que sería el último vuelo de sus “leales mártires”. Ya sabemos que tal palabra se ha extendido para denominar cualquier acto suicida. Estaréis conmigo en que maldita la gracia¡¡ llamar   Viento Divino al acto donde un asesino, se mata así mismo llevándose de  paso, a todo inocente de los alrededores.
 
 
  Un alma sin respeto, es una morada en ruinas.
 
Y ante ese caldo de cultivo también se explicaría el proceder de los “holdouts” o rezagados, que así se conoce a los soldados japoneses, que quedaron repartidos. en distintas islas situadas al sudeste de Asia, una vez que fueron recuperadas por el ejército aliado. Se puede decir que fueron abandonados a su suerte, por el gobierno nipón, pero es justo reconocer que durante varios años, tras el fin de la guerra, el emperador Hirohito, fue solo un títere, de los EE.UU., y era obvio que los yankis, nunca se preocuparan por encontrar enemigos desaparecidos.
 
 
Algunos de estos soldados, se ocultaron solo por temor, sin más objetivo que buscar alimentos que encontraban entre las plantas y la caza de animales del lugar, para sobrevivir. Incluso, se llegaron a dar casos como el de un grupo de ocho soldados que hasta que fueron localizados en 1949, se mantuvieron con vida en Papúa Guinea ayudados por una tribu local. Otro grupo de cuatro, que hasta 1956 en que fueron sometidos, habían construidos varias cabañas en el interior de la selva y poseían pequeños cultivos, pollos y cerdos; o el caso de Yamakage Kufuku y Matsudo Linsoki, que se entregaron en la isla de Iwo Jima a las tropas norteamericanas, después de haber sobrevivido hasta 1949, robándoles sus víveres. Difícil hazaña parece, si tenemos en cuenta el escaso perímetro del islote y la nula vegetación.
 
 
Debieron vivir esos cuatro años, escondidos en agujeros, saliendo si acaso por la noche. Siempre pareció extraña esta "aparición". Se comenta que durante ese tiempo, fueron amiguetes de los gringos, y que luego...les hicieron aparecer. Vamos¡¡ resulta difícil creer que los americanos fueran tan tontos de no verlos en cuatro años,  y los japoneses tan listos, robándoles a menudo, viviendo bien alimentados (ver la foto de su aparición) y escondidos tanto tiempo en tan poco y plano espacio. Les dejo, el beneficio de la duda, sobre todo, porque siendo soldados japoneses, disciplina tal, pudo ser posible.  Ambos fueron probablemente los únicos -ojos rasgados- que quedaron vivos en la defensa de tan famoso enclave, por su especial orografía, como base marítima y aérea, cuya batalla costo innumerables vidas en ambos lados y ha dado mucha literatura escrita y gráfica, aparte de una foto para la historia, Raising the Flag on Iwo Jima, que fue premio Pulitzer, y convertida también en estatua en Washington CD.
 
 
 
 
Otros holdouts, sin embargo, no solo se dedicaron a subsistir. En ellos, se personifico la asombrosa y absoluta perseverancia de quienes fueron llamados a luchar por su emperador y mantuvieron su particular ataque de guerrillas, contra enemigos que ya no lo eran, hasta muchos años después del fin de la gran guerra. Entregarse era contrario a sus principios de valor, coraje y lealtad. Rendirse, les acarrearía la verguenza eterna.
 
EL INFIERNO DE LA SOLEDAD Y LA DESESPERANZA
 
Ante este goteo de soldados japoneses apareciendo por el pacífico, algunos de los cuales, vivían solos en plena selva por la muerte o desaparición de compañeros, era fácil caer en la tentación de imaginar alguna historia al respecto y plasmarla en un libro o guión cinematográfico. Así lo debió pensar Reuben Bercovitch, cuando en 1965 apareció en las Islas Salomon el que tal vez consideraron “último perdido”, e influenciado por este hecho, ideó una trama, que llevo al cine con el título de Infierno en el Pacifico. En ella, un soldado japonés llega exhausto, sobre restos de un naufragio a una isla desierta. Al poco tiempo aparece en esa misma isla otro náufrago, un oficial americano sobreviviente de la misma batalla naval en la que participo el primero. Ambos hombres continúan allí su enfrentamiento. Son soldados enemigos y la lucha no puede parar, llegando a ser prisioneros uno del otro alternativamente. No obstante, la soledad de la isla acaba imponiendo una relación de colaboración entre ambos, con el fin de construir una balsa que les permita volver a la civilización. Y no cuento más, por si alguien quiere ponerla en su lista de películas a ver.
 
 
Lo anecdótico del film, no es tanto su historia que a algunos podrá parecer más o menos atractiva o con mayor o menor mensaje, lo anecdótico es que mientras la poderosa maquinaria de cine hollywodiense mostraba la película a los ojos del mundo allá por 1968, creyendo que ponía un punto y final a la historia de los “perdidos”, aún quedaban rezagados, luchando por su patria y su vida.      Su experiencia de lucha y soledad, estaban de alguna forma siendo enseñadas al mundo, a través del cine y ellos, “se estaban perdiendo la película”, o mejor dicho, estaban protagonizando otra parecida, pero sin espectadores.
 
 
       En efecto, mientras la película enseñaba una situación que parecía mentira que pudiera suceder, aún había cuatro soldados escondidos del mundo, Shoichi Yokoi que apareció en Guam en 1972 viviendo en un agujero escavado en el suelo que tapaba con ramas y Teruo Nakamura que apareció en Moratai (polinesia) en 1974, habitando una choza que construyo entre la maleza. Ambos conocían que la guerra había acabado y nunca hicieron otra cosa que intentar sobrevivir, huyendo de ser vistos, porque siempre temieron ser hechos prisioneros. Shoichi Yokoi, contó que al principio eran ocho, pero sus compañeros fueron falleciendo, víctimas del desánimo, el hambre y las enfermedades. Al final, se quedó solo. Pido perdón por estar vivo, dijo al bajar del avión que le devolvió a su país. Nunca quiso entregarse porque entendía que era preferible morir antes que ser prisionero y es posible que ese espíritu le insuflara los ánimos necesarios que le ayudaran a vivir.
 
 
  LOS ULTIMOS COMBATIENTES
 
Los otros dos supervivientes que aún restaban por aparecer, se diferenciaban de los anteriores, en que estos aún continuaban la batalla. Se llamaban, Hiroo Onoda y Kinshichi Kosuka No solo no se entregaron, si no que siguieron hostigando a los habitantes, policía y soldados de la zona. En su debe, apuntar, que mataron a una treintena de personas, muertes que se pueden disculpar de alguna manera,  si pensamos en la deshumanización sufrida, en el largo periplo dejados a su suerte, en su sentido del deber grabado a fuego en sus mentes, y en su negativa a creer en el final de la guerra.
 
          
                                                               
Todo había empezado en 1944 cuando Hiroo Onoda entrenado como oficial de Inteligencia además de en tácticas de guerrilla, (ascendido posteriormente a teniente), es enviado a sus 22 años a la Isla Filipina de Lubang, con la misión de sabotear instalaciones del ejército enemigo y recabar cuanta información pudiera sobre este. Su consigna era la de; no rendirse jamás, no exponerse más allá de lo necesario y mantenerse vivo y operativo hasta la llegada de refuerzos y nuevas órdenes. A los pocos meses de su llegada, la isla fue tomada por el ejército aliado, y Onoda y otros tres soldados Shoichi Shimada, Kinshichi Kosuka y Yuichi Akatsu se refugiaron en las colinas e iniciaron su personal resistencia. Y aunque Filipinos y americanos sembraron de octavillas la selva anunciando el fin de la contienda, y la rendición del ejército japonés, los “cuatro de Lubang”, siempre pensaron que era un “cuento filichino”. ¿Cómo iba a rendirse el ejercito del Imperio del Sol Naciente?.
 
  En 1949 Akatsu, no soporta los rigores de su especial aventura y se entrega a la autoridad de la zona y en 1954 muere en un enfrentamiento con fuerzas filipinas el cabo Shimada. A partir de entonces, empieza la leyenda, de Kosuka y Onoda, los últimos combatientes. Sus actos guerrilleros se redujeron, una vez que perdieron al tercer hombre, a escaramuzas de poca importancia, tanto es así, que se les dio por muertos en 1959 al ser buscados incluso por sus propios hermanos durante meses, pero sin resultado alguno. Ya, en 1972, en otra de sus “gloriosas” acciones por mantener viva la misión encomendada, quemaron unas cosechas. La policía local les localizó y Kinshichi Kosuka cayo abatido, teniendo el lamentable honor de ser el último soldado caído de la segunda guerra mundial. Veintiocho años perdido en una isla, de la que no consiguió salir.
 
Con la muerte de Kosuka, se vuelve hablar de los rezagados, en los noticieros.. Entonces ¿no habían muerto? ¿Cómo era posible que casi treinta años después de terminar la contienda, hubiera soldados errantes?. Lo era¡, claro que era posible¡.
 
En 1974 Norio Suzuki, un universitario japonés un tanto excéntrico, se propuso pasar el tiempo que fuera necesario en la espesa vegetación de Lubang, para conocer de primera mano si era verdad que un soldado japonés andaba por ahí, o solo una leyenda más del legendario Japón, aun ávido de héroes con los que curar su orgullo herido por la derrota del 45. Hiroo Onoda, lo descubrió deambulando por “sus dominios” y cauto los primeros días, pero seguramente con necesidades de comunicación, después de casi dos años sin compañía, se fue acercando poco a poco hasta hacer confianza, (ser del mismo país pudo ayudar al respecto). Norio, le conto la situación actual, y certifico la rendición del emperador, 29 años atrás.
 
 
Aun así, el indomable Onoda le dejo claro que no se entregaría sin una orden del mando que allí lo envió. De esta forma, en Marzo de 1974, el que fuera su superior, en 1944, el Comandante Taniguchi, logicamente, ya retirado del ejército, fue enviado por el Gobierno japonés, para relevarle de su misión. Nuestro protagonista por fin se rindió, deponiendo desde su aspecto enjuto y demacrado, pero orgulloso y marcial, su espada y por supuesto su rifle, aún en estado de uso. Lloro mucho, poco después. Al fin su superior pudo darle nuevas órdenes. Su honor, estaba a salvo.
 
 Hiroo Honoda y el Comandante Taniguchi
 
 Entregando su espada a la autoridad Filipina
                          
  En Japón le esperaba el recibimiento de un héroe y el sueldo de tantos años, velando por la patria. Posteriormente, escribiría un libro contando su experiencia "No Surrender: My Thirty-Year War (No me rendi: mis 33 años de guerra” donde indicaría detalles tales como; que se alimentaba principalmente de plátanos hervidos, de cocos, y del arroz y de la carne de ganado que conseguía robar en los poblados. Conservó el uniforme, gorra incluida a base de remendarlo mil veces. Solo estuvo enfermo de consideración en una ocasión, gracias a su tenacidad y disciplina y gracias a esos mismos valores , salió vivo del trance. Un trance de treinta años. Había pasado, más de la mitad de su vida, luchando contra un poderoso enemigo, su desmesurado sentido del honor.
 
Hiroo Onoda, dejo de luchar a los 51 años. Fue el más longevo de todos los Holdouts, y el más pertinaz. Murió en Enero del 2014 a los 91 años, sobreviviendo al propio emperador Hiroito. Con el, se fue sin lugar a dudas, el Ultimo Samurai. Su respeto al Codigo Bushido quedo demostrado con una frase contundente, cuando le preguntaron, el porqué de tantos años de lucha
 
                                                "Era un oficial y recibí una orden, si no la hubiera cumplido me habría avergonzado durante toda la vida”.

 
 



 
  Julián Martínez Arribas. Miembro del Internacional CC Andermatt.
 
 
 

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