EL HUNDIMIENTO DEL SIRIO
Decía Borges, que un Argentino es un Italiano que habla español, yo matizaría, que un argentino es una mezcla de italiano y gallego que hablan castellano, pues en su dicción se funde la entonación de los habitantes de los Apeninos y el Macizo Galaico y además, en Argentina, “no existen los españoles”, todos ellos, son gallegos, quienes viven o son de allí, saben de qué hablo. Argentina se pobló básicamente desde el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX de españoles (sobre todo gallegos) y de italianos, que venían buscando la oportunidad que les brindaba esa nación. Llegaron a un país, donde el idioma era el castellano y ellos se encargaron de poner música a las palabras habladas. Estos viajeros, lo hicieron buscando mejores horizontes, para ellos y sus familias, pero no todos pudieron llegar a su destino.
DE
PICCONE A SCHETTINO
Lo conocí junto al mar
Alicantino, en uno de esos “accidentes conversacionales” que suelen darse,
tomando un café matinal al amparo de las noticias que daba la televisión del
bar, donde coincidimos. Era de complexión fuerte, alto, aunque comparados conmigo, apenas hay
bajos, pelo castaño con incipientes
entradas. En la televisión daban la noticia
del semihundimiento de un crucero, el Costa Concordia que había
encallado en las costas de la isla de Giglio, muy cerca de la Toscana Italiana.
Un viaje de placer se convirtió en tragedia con algo más de una treintena de
fallecidos de por medio. El noticiario decía que tras las causas del accidente
podría estar la negligencia de la tripulación en especial de su capitán ya que
incomprensiblemente acerco en exceso la nave a la costa, rozando con su calado en
las rocas y para más miseria una vez embarrancada, salió huyendo de
ella, dejando a su suerte a los pasajeros.
Héctor D'abruzzo, que ese era el
nombre de mi accidental contertulio, según pude saber más tarde, cuando
decidimos pasar a la presentación, no
pudo reprimir un comentario, improperio mediante, denotando un fuerte acento argentino. ¡La
concha de su madre¡¡ otra vez se repite la historia¡ ¡otro pelotudo comandante
italiano ejerciendo de imbécil y cobarde¡.
Otro? le pregunté. Claro¡ espetó, con esa especial entonación de la
tierra de los gauchos, a veces meliflua otras convincente.
Este boludo de Schettino,
siguió comentando, no deja de ser una copia ridícula de otro capitán, Giuseppe
Piccone que llevo allá por 1906, muy cerquita de aquí, en la costa de Cartagena
a otro barco, El Sirio, cargado de pasajeros a peor desastre y pudo ser mucho más, si no
llegan a intervenir intrépidos hombres de mar españoles, gracias a los cuales,
él podía estar allí compartiendo café y televisión conmigo. Rudos marineros, de
aquellas costas, fueron principalmente, quienes salvaron a su bisabuelo,
Fiorenzo D'abruzzo, italiano de pro, de morir ahogado en aquel caos que se cobró
numerosas víctimas.
EMIGRANTES ITALIANOS |
Sin embargo, lo único que envió fueron
algunas cartas para navidad y fortuna, no hizo otra que sus hijos a los que
dejó como única herencia el apellido que delata la zona de los orígenes
familiares y por supuesto su devenir en la historia de la tragedia del Sirio.
RUINAS DE ORTONA |
El recuerdo de su patria se quedó en un pequeño mural de los Montes Abruzzos,
colgado en el salón con la tela raída y desgastada por el tiempo, que le había regalado una paisano que tornó a
la patria y que indudablemente le traía
recuerdos de su infancia. Lo más cerca que estuvo de Italia, una vez llegado a
tierra americana fue cuando miraba esa imagen.
Murió muy poco tiempo después
de que soldados principalmente canadienses y alemanes libraran
en Ortona una encarnizada batalla, calle por calle, casa por casa, reduciéndola prácticamente a escombros. Dejó
de recibir noticias de la familia que allí vivía y supuso lo peor. No había
conseguido en América el sueño que fue buscando y ahora el lugar de su infancia
y juventud ya no existía. A Fiorenzo se lo llevó, seguramente un temporal de
melancolía.
No había entonces marineros españoles para salvarlo otra vez, mientras
su vida era barco al garete en un mar de tristeza
VIAJES
DE IDA Y VUELTA
Héctor
D'abruzzo me confesó tener siempre presente la tragedia de su bisabuelo. Nunca
pudo borrar de su memoria la gente que vio ahogarse y la perdida de dos amigos
de su pueblo que embarcaron con él, de los que nunca más se supo. Fiorenzo, era
de firme convicción, esa convicción que da la necesidad y hoy pasado el tiempo,
tres generaciones de D'abruzzos “che” han
sido posibles.
Esta es la historia que descubrió para mí este amigo ocasional.
Amistades, que estrechan el mundo y hacen que nos concienciemos de que quizá no
todos estamos tan separados como creemos y es que Héctor, es hoy un
emigrante que vino a España volviendo de “las américas” para buscar mejor
fortuna. Vive en tierras levantinas, no excesivamente lejos de donde residen
los descendientes de aquellos que arriesgaron sus vidas, para salvar a los
viajeros del Sirio. Ha vuelto como un capricho del destino, cerca de donde
su antepasado casi se deja la vida por un sueño desde la publicidad a veces
capciosa y otras mal interpretada de los que ya habían llegado a América. Y en esas paradojas de la vida,
siempre de ida y vuelta busca otro sueño, en el mar que dejaron sus ancestros.
¡¡Suerte¡¡ querido ciudadano del mundo.
LA
TRAGEDIA
Corría el último cuarto del
siglo XIX, y algunos países europeos pasaban una de sus peores crisis
económicas. Italia, representaba quizá el paradigma del país necesitado y sus
hijos, no quisieron esperar más, empezando un movimiento migratorio que llevo a
4 millones de italianos a repartirse entre américa del norte y américa del sur,
entre finales del 1800 y principios de la siguiente centuria. Otros países, como España, también fueron "proveedores" de emigrantes en aquel tiempo, pero por supuesto en mucha menor cantidad y prácticamente con el único destino de Argentina.Curiosamente, a Estados Unidos, llegaron italianos del sur, sobre todo de Sicilia. Es evidente, que estos, además de llevarse con ellos la “receta de la Pasta” exportaran también esa forma tan peculiar de ganarse la vida nacida por aquellos lares, que todos conocemos como mafia, y que ellos han bautizaron como Cosa Nostra, ósea Camorra, Ndrangheta, Sacra Corona Unida etc…
Para fortuna de
Sudamérica, los italianos que allí
arribaron, procedían en su mayoría del centro y el norte. Gente humilde,
trabajadora, que solo esperaban una oportunidad laboral, para ganarse un trozo
de pan que llevarse a la boca. Brasil, Uruguay y sobre todo Argentina, les
daban esa oportunidad y movidos por las cartas de los llegados, que les
animaban a viajar a un continente que les esperaba con tierras, trabajo, comida
y los brazos abiertos, no dudaron en atender oferta tan tentadora.
EL VAPOR SIRIO |
De esta
suerte, se originó una ruta marítima que salía de distintos puertos, para
cubrir la ingente demanda de personas que querían viajar a ese continente de las
oportunidades. Uno de esos puertos era el de Génova, de donde el Sirio, un
vapor de 116 metros de eslora y 12 de manga partió el 2 de Agosto de 1906, en
otro de sus viajes rutinarios hacia las américas, con paradas oficiales para
recoger más viajeros, estos ya españoles, en Barcelona, Cádiz y Canarias.
Se tiene conocimiento de
que no todos los viajeros se registraban ya que algunos que no podían
permitirse el pasaje, embarcaban con el
consentimiento de la tripulación, pagando una cantidad inferior al billete de
tercera por un hueco en las bodegas. Pero la cosa no acababa aquí, había
también paradas oficiosas, los vapores fondeaban en ciertos puntos para más embarques
clandestinos hacia el nuevo mundo. Sería ese el modo de que la tripulación se
ganara unos extras o quizá una forma
encubierta de ingresos para la naviera.
Es de entender, que en este viaje,
se siguió el mismo proceder. Se sabe que desde Barcelona, fondearon en Alzira,
cuando esta ciudad no estaba en su recorrido y que los próximos destinos oficiosos
antes de Cádiz, eran Águilas, Almería y Málaga.
No es de extrañar por tanto, que tuvieran que ir ceñidos a la costa para hacer el viaje más directo, que es lo mismo que decir, lo
más corto posible y claro está a la mayor velocidad que permitían sus calderas.
El caso es, que el 4 de Agosto, a las 4 de la tarde navegaban por la temible costa del Cabo de Palos, plagada de
traicioneros montículos, que suben desde el fondo del mar hasta casi la
superficie. Los lugareños los llaman bajos y han mandado al fondo a alguna que
otra embarcación.
En uno de ellos quedó encallado el Transatlántico,
concretamente en el Bajo de Fuera en una zona cercana al islote del Faro de las
Hormigas, a tiro de piedra de la costa. Al principio parecía que podría mantenerse
en posición horizontal, a pesar de los múltiples destrozos en la zona de
flotación, pero lamentablemente a los pocos minutos comenzó a escorarse de
popa, quedando desde su mitad cubierto por las aguas, pero sin llegar a hundirse. Se mantuvo así algunos días hasta que un temporal, terminó por partirlo y desde
entonces sus restos viven un sueño eterno bajo ese mar de rocas, llamado de las Hormigas, hoy
protegido con la calificación de Reserva Marina
La mayoría del pasaje, como ya
he comentado, era gente humilde, muchos
de ellos, no habían visto nunca el mar y menos aún habían aprendido a nadar.
Cundió el pánico, y quien debía dar ejemplo de organización y templanza, lo
cual hubiera, sin duda, evitado muchas
muertes, o sea el Capitán Piccone, fue de los primeros en huir en un bote, dejando en la nave el desconcierto y la
desesperación.
Mucha gente al pensar que el
vapor se iba a pique se lanzó al agua confiando en agarrarse a cualquier cosa.
Entre esos desafortunados, los que quedaran atrapados bajo las lonas en la popa hundida,
en las bodegas, o murieran con la explosión de las calderas, se calcularon en
algo más de doscientas las pérdidas humanas. Lamentablemente esa cifra era
mayor, pues había gente que viajaba sin el correspondiente pasaje, por esos -teje
manejes- antes explicados. El caso es, que no se contabilizaron bien los
cadáveres aparecidos, al principio ni en días posteriores, en distintos puntos
del levante. Es fácil, que incluso bastante tiempo después llegaran cadáveres a otras costas
mediterráneas no necesariamente españolas y no los relacionaran con la tragedia del Sirio.
A quien si
identificaron fue al arzobispo de Sao Paulo José de Camargo Barros cuyo cadáver
apareció en las costas de Argelia. En el Museo de arte Sacro de Sao Paulo se le
puede ver en un cuadro, que representa la Tragedia del Sirio, donde aparece bendiciendo
o dando la absolución a otros religiosos y viajeros desesperados. Pero como he
dicho, El arzobispo pudo ser reconocido por su vestimenta y porque se sabe que
en ese viaje era pasajero del Sirio, pero de los anónimos, nadie dio cuenta si
aparecieron, porque nunca estuvieron en las listas del pasaje.
Y pudieron ser más, muchos más
los fallecidos, si valientes marineros como Vicente Buigues, no hubieran estado
alerta. Este patrón, hecho a mil batallas, personalizo el esfuerzo de todos
ellos Sin pensárselo dos veces, y
poniendo su vida y la de su tripulación en peligro, metió en su pailebote a
multitud de náufragos. Por este acto, fue condecorado por autoridades italianas
y españolas. El Rey Alfonso XIII le reconoció públicamente su acto de valentía,
elevándolos al rango de héroe.
SUPERVIVIENTES DEL NAUFRAGIO, HOSPEDADOS EN CARTAGENA |
A los supervivientes se les
atendió, dándoles aposento y comida en Cartagena durante varios días. Algunos
desistieron de la aventura, y volvieron a su lugar de origen, otros, la
mayoría, se embarcaría nuevamente, a los pocos días en vapores que fletó el
gobierno italiano, y fueron llevados a sus destinos, yendo la mayoría hacia
Argentina. Pobres viajeros. Debieron ser eternos los días del viaje cuando
pensaran que otro naufragio podría ser posible antes de llegar a la “tierra
prometida”.
Seis años después, estos mismos volverían a revivir los hechos de su tragedia,
cuando vieran en la prensa escrita el hundimiento de un vapor, el archiconocido
Titánic. Seguramente pensaron, que su desgracia no tuvo tanto eco, ni hubo tanta
conmiseración con ellos, pero ya se sabe que los miserables no venden papel.
DESDE
CABO DE PALOS
Por supuesto que aquel Cabo de
Palos que vivió la tragedia esta cambiado, pero si están como mudos testigos
una cruz de metal en la parte baja del Faro donde al parecer hay enterrada alguna víctima del naufragio, y ¿cómo no? el propio barco partido
en la profundidad de los Bajos de las Hormigas.
La vida marinera de aquel
tiempo ha desaparecido. Poca gente se dedica a esa tarea en la actualidad. La
pesca se fue dejando en pos del negocio de la sal y posteriormente ha sido el
turismo, quien provee de ingresos, sobre todo el turismo de buceo. La zona como
ya he comentado está plagada de esos montículos naturales y restos de barcos,
lo que la hace especial para la práctica de tal deporte. Son muchas las -zodiacs- cargadas de submarinistas que
entran y salen continuamente del pequeño puerto. De aquellas casas de marineros
y salineros apenas quedan restos, la mayoría han sido sustituidas por Clubs de
Buceo, y locales al servicio del visitante. Aun así, en la zona de la Playa
de Levante y el Puerto, todavía se puede respirar ese sabor del pueblo
tranquilo que sin lugar a dudas fue.
PUERTO DE CABO DE PALOS |
Existen en segunda fila, pequeñas casitas,
ahora quizá vendidas a gente que veranea en la localidad, pero que dan una idea
de la humildad de sus habitantes de entonces. El Faro, situado en la “proa del
gran navío, llamado Cabo de Palos cuya maroma está amarrada eternamente al Mar
Menor, es el emblema de la localidad. Un
faro rotundo, regio, poderoso, me atrevo a bautizarlo como La Torre de
Hércules del Mediterráneo Español y en
este litoral soy de los que “ incluyen” la Comunidad Autónoma de Cataluña”.
En mi opinión, considero erróneo que tan majestuoso Faro no sea
visitable, al día de hoy. Idea que lanzo desde este humilde rincón porque sin
dudas servirá de reclamo a visitantes de la población. En su explanada, pegado
al acantilado, se puede ver un recuerdo en
litografía y metacrilato del naufragio del Sirio y la desinteresada
ayuda que los pescadores del lugar, representados como ya he dicho en la
persona de Buigues, prestaron a los supervivientes. Se me antoja, pobre homenaje a aquellos héroes y escaso recuerdo de tan luctuoso hecho. Otro recordatorio a la tragedia, se encuentra en una piedra situada tras la comisaría de Policía, reconozco que más “sólido” sí que es, pero peca de tosco, sobrio y ni por asomo, emite un mínimo de emotividad. Estoy convencido que tanta urbanización, esa que ha colonizado por completo el peñasco de Cabo de Palos, ha debido dejar suficiente dinero en las arcas municipales, como para que los ediles puedan engrandecer la localidad, invirtiendo en sus recuerdos.
Quise buscar la memoria de la
tragedia en los lugareños más ancianos, preguntar ¿que sabían?, ¿que les habían contado?.
Todos me remitían a Rogelio. “Ese hombre sabe y ha escrito mucho de todo eso”.
Como publicaciones sobre el
tema, conocía el ensayo de Angel Rojas Penalva, la novela de Emma Lira, -Lo que esconden las olas,
y el cuento El Naúfrago del Sirio, de Antonio García Lorca, pero no sabía
que alguien hubiera editado en España otros libros al respecto, aunque es cierto que es autoedición no por ello dejo de hacerme especial ilusión ir en búsqueda del tal Rogelio, no en vano, tenía
la oportunidad de conocer a alguien que convivió con testigos directos del
hecho.
En mi peregrinar por las cuatro
callejas que conforman el verdadero núcleo de Cabo de Palos, cercano a la panadería
del lugar donde compré dulces típicos y ya en la parte noble del puerto se
puede observar una librería al borde del mar junto a los bares y restaurantes
que la rodean. El propietario debe ser
uno de esos últimos románticos que merece todos mis respetos por haber
logrado mantener el local para el cultivo de las palabras escritas en vez de
entregarlo a menesteres más prosaicos como el de los vecinos que lo escoltan. Y
allí, entre esa librería y las terrazas de los restaurantes, sentado ante una mesa donde expone sus libros
a la espera de que algún “bicho raro”
los adquiera, estaba Rogelio García Galindo, la auténtica memoria de
Cabo de Palos. Es probablemente la persona más conocida en la localidad. Un
autodidacta, de 85 años, con una lúcida mente que hizo de su necesidad de
contar una ilusión y esta ilusión es la que lo levanta cada mañana para
compartir vivencias propias y ajenas con
todo el que quiera y si de paso se las compran envueltas en un libro, pues
mejor.
Personajes como el, es lo
que necesita cualquier pueblo, que quiera extenderse más allá de su propio
punto en el mapa. Rogelio, te hace vivir
su historia y de paso la del sitio y las gentes donde esta se ha desarrollado.
Ojalá que Cabo de Palos, sepa pagarle la promoción que hace de ese caprichoso
trozo de roca y tierra que parece que “navega mar adentro”. Y, si acuerdan hacerle un homenaje, que sean de
los que perduren, tanto por que el acto
sea emotivo, como el soporte que quede en conmemoración, sea mejor y más
sólido que la cartulina y el metacrilato, que protegen a Vicente Buigues, allá
arriba en el Faro.
Fue un placer hablar con Rogelio,
escuchar de vez en cuando los rimados “automatismos verbales” que regala a todo
aquel que se pone a ojear su literatura. Esa tarde me invitó a sentarme a su
lado. Hablamos, como era de recibo, del Sirio, de la casualidad que el
viniera a nacer en Oran, (Argelia), justo el lugar donde 25 años antes había llegado
el cuerpo del arzobispo de Sao Paulo, desaparecido en el naufragio, comentamos de que fue
en el cementerio de los Belones, pueblo de al lado, donde enterraron a las
primeras víctimas, y no supimos aclarar el paradero de los otros muchos
fallecidos, quizá dispersos por los cementerios del litoral levantino o más allá.
En fin, hablamos de todo
aquello y otros avatares, de cosas, que de una u otra forma, cuenta en sus libros
con mejor o peor estilo, con mayor o menor acierto, pero a sabiendas que lo
hace desde un alma que precisa de esa caricia del paseante, que se para ante
las páginas de su vida. Es por eso, que al final, consideré justo ejercer
de bicho raro del día. Adquirí dos ejemplares
que me dedico envolviéndolos en generosas palabras.
Lo abracé con fuerzas al
marcharme.
Nunca se sabe, cuando nos
despedimos, si estamos dando el último saludo.
JULIAN MARTINE ARRIBAS
MIEMBRO DEL INTERNACIONAL C.C. ANDERMATT
Enhorabuena. Nos ha gustado mucho el articulo. Es muy completo.
ResponderEliminarUn saludo,
Toni Palacín y Jose Navarro
Muy interesante!
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