martes, 1 de septiembre de 2015

EL TITANIC DE CARTAGENA


EL HUNDIMIENTO DEL SIRIO

Decía Borges, que un Argentino es un Italiano que habla español, yo matizaría, que un argentino es una mezcla de italiano y gallego que hablan castellano, pues en su dicción se funde la entonación de los habitantes de los Apeninos y el Macizo Galaico y además, en Argentina, “no existen los españoles”, todos ellos, son gallegos, quienes viven o son de allí, saben de qué hablo. Argentina se pobló básicamente desde el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX de españoles (sobre todo gallegos) y de italianos, que venían buscando la oportunidad que les brindaba esa nación. Llegaron a un país, donde el idioma era el castellano y ellos se encargaron de poner música a las palabras habladas. Estos viajeros, lo hicieron buscando mejores horizontes, para ellos y sus familias, pero no todos pudieron llegar a su destino.

DE PICCONE A SCHETTINO

Lo conocí junto al mar Alicantino, en uno de esos “accidentes conversacionales” que suelen darse, tomando un café matinal al amparo de las noticias que daba la televisión del bar, donde coincidimos. Era de complexión fuerte,  alto, aunque comparados conmigo, apenas hay bajos, pelo castaño con  incipientes entradas. En la televisión daban la noticia  del semihundimiento de un crucero, el Costa Concordia que había encallado en las costas de la isla de Giglio, muy cerca de la Toscana Italiana. Un viaje de placer se convirtió en tragedia con algo más de una treintena de fallecidos de por medio. El noticiario decía que tras las causas del accidente podría estar la negligencia de la tripulación en especial de su capitán ya que incomprensiblemente acerco en exceso la nave a la costa, rozando con su calado en las rocas y para más miseria una vez embarrancada, salió huyendo de ella, dejando a su suerte a los pasajeros.

Héctor D'abruzzo, que ese era el nombre de mi accidental contertulio, según pude saber más tarde, cuando decidimos pasar a la presentación,  no pudo reprimir un comentario, improperio mediante,  denotando un fuerte acento argentino. ¡La concha de su madre¡¡ otra vez se repite la historia¡ ¡otro pelotudo comandante italiano ejerciendo de imbécil y cobarde¡.  Otro? le pregunté. Claro¡ espetó, con esa especial entonación de la tierra de los gauchos, a veces meliflua otras convincente.

Este boludo de Schettino, siguió comentando, no deja de ser una copia ridícula de otro capitán, Giuseppe Piccone que llevo allá por 1906, muy cerquita de aquí, en la costa de Cartagena a otro barco, El Sirio,  cargado de pasajeros a peor desastre y pudo ser mucho más, si no llegan a intervenir intrépidos hombres de mar españoles, gracias a los cuales, él podía estar allí compartiendo café y televisión conmigo. Rudos marineros, de aquellas costas, fueron principalmente, quienes salvaron a su bisabuelo, Fiorenzo D'abruzzo, italiano de pro, de morir ahogado en aquel caos que se cobró numerosas víctimas.
 
EMIGRANTES ITALIANOS
 
Si, gracias a ellos, el joven Fiorenzo, salvó la vida y pudo seguir su viaje, porque el hambre fue más fuerte que el miedo a un nuevo hundimiento. Así que, una semana después de los hechos, embarco en Cartagena hacia Buenos Aires en el Vapor Italia. Allí se casó y tuvo cuatro hijos, pero ya no volvió a su país. Nunca más piso Ortona en la zona del Adriático, adonde había llegado de niño junto a su familia, desde el interior de la actual provincia de Pescara por una oportunidad de trabajo para su padre. Pero las cosas no fueron a mejor, así que años después, hizo como tantos otros paisanos y ayudado con los pocos ahorros familiares compro un pasaje para  “hacer las américas”, con la intención de mejorar así la vida de sus hermanos y progenitores enviándoles cuánto dinero pudiera del que allí ganara.

RUINAS DE ORTONA
Sin embargo, lo único que envió fueron algunas cartas para navidad y fortuna, no hizo otra que sus hijos a los que dejó como única herencia el apellido que delata la zona de los orígenes familiares y por supuesto su devenir en la historia de la tragedia del Sirio.
 
El recuerdo de su patria se quedó en un pequeño mural de los Montes Abruzzos, colgado en el salón con la tela raída y desgastada por el tiempo,  que le había regalado una paisano que tornó a la patria  y que indudablemente le traía recuerdos de su infancia. Lo más cerca que estuvo de Italia, una vez llegado a tierra americana fue cuando miraba esa imagen.

Murió muy poco tiempo después de que soldados principalmente canadienses y alemanes libraran en Ortona una encarnizada batalla, calle por calle, casa por casa,  reduciéndola prácticamente a escombros. Dejó de recibir noticias de la familia que allí vivía y supuso lo peor. No había conseguido en América el sueño que fue buscando y ahora el lugar de su infancia y juventud ya no existía. A Fiorenzo se lo llevó, seguramente un temporal de melancolía.
No había entonces marineros españoles para salvarlo otra vez, mientras su vida era barco al garete en un mar de tristeza


VIAJES DE IDA Y VUELTA

Héctor D'abruzzo me confesó tener siempre presente la tragedia de su bisabuelo. Nunca pudo borrar de su memoria la gente que vio ahogarse y la perdida de dos amigos de su pueblo que embarcaron con él, de los que nunca más se supo. Fiorenzo, era de firme convicción, esa convicción que da la necesidad y hoy pasado el tiempo, tres generaciones  de D'abruzzos “che” han sido posibles.
Esta es la historia que descubrió para mí este amigo ocasional. Amistades, que estrechan el mundo y hacen que nos concienciemos de que quizá no todos estamos tan separados como creemos y es que Héctor, es hoy un emigrante que vino a España volviendo de “las américas” para buscar mejor fortuna. Vive en tierras levantinas, no excesivamente lejos de donde residen los descendientes de aquellos que arriesgaron sus vidas, para salvar a los viajeros del Sirio. Ha vuelto como un capricho del destino, cerca de donde su antepasado casi se deja la vida por un sueño desde la publicidad a veces capciosa y otras mal interpretada de los que ya habían llegado a  América. Y en esas paradojas de la vida, siempre de ida y vuelta busca otro sueño, en el mar que dejaron sus ancestros. ¡¡Suerte¡¡ querido ciudadano del mundo.
 
LA TRAGEDIA
Corría el último cuarto del siglo XIX, y algunos países europeos pasaban una de sus peores crisis económicas. Italia, representaba quizá el paradigma del país necesitado y sus hijos, no quisieron esperar más, empezando un movimiento migratorio que llevo a 4 millones de italianos a repartirse entre américa del norte y américa del sur, entre finales del 1800 y principios de la siguiente centuria. Otros países, como España, también fueron "proveedores" de emigrantes en aquel tiempo, pero por supuesto en mucha menor cantidad y prácticamente con el único destino de Argentina.
Curiosamente, a Estados Unidos, llegaron italianos del sur, sobre todo de Sicilia. Es evidente, que estos, además de llevarse con ellos la “receta de la Pasta” exportaran también esa forma tan peculiar de ganarse la vida nacida por aquellos lares, que todos conocemos como mafia, y que ellos han bautizaron como Cosa Nostra, ósea Camorra, Ndrangheta, Sacra Corona Unida etc…


Para fortuna de Sudamérica,  los italianos que allí arribaron, procedían en su mayoría del centro y el norte. Gente humilde, trabajadora, que solo esperaban una oportunidad laboral, para ganarse un trozo de pan que llevarse a la boca. Brasil, Uruguay y sobre todo Argentina, les daban esa oportunidad y movidos por las cartas de los llegados, que les animaban a viajar a un continente que les esperaba con tierras, trabajo, comida y los brazos abiertos, no dudaron en atender oferta tan tentadora.



EL VAPOR SIRIO
De esta suerte, se originó una ruta marítima que salía de distintos puertos, para cubrir la ingente demanda de personas que querían viajar a ese continente de las oportunidades. Uno de esos puertos era el de Génova, de donde el Sirio, un vapor de 116 metros de eslora y 12 de manga partió el 2 de Agosto de 1906, en otro de sus viajes rutinarios hacia las américas, con paradas oficiales para recoger más viajeros, estos ya españoles, en Barcelona, Cádiz y Canarias.

 
Se tiene conocimiento de que no todos los viajeros se registraban ya que algunos que no podían permitirse el pasaje,  embarcaban con el consentimiento de la tripulación, pagando una cantidad inferior al billete de tercera por un hueco en las bodegas. Pero la cosa no acababa aquí, había también paradas oficiosas, los vapores fondeaban en ciertos puntos para más embarques clandestinos hacia el nuevo mundo. Sería ese el modo de que la tripulación se ganara unos  extras o quizá una forma encubierta de ingresos para la naviera.
 
Es de entender, que en este viaje, se siguió el mismo proceder. Se sabe que desde Barcelona, fondearon en Alzira, cuando esta ciudad no estaba en su recorrido y que los próximos destinos oficiosos antes de Cádiz, eran Águilas, Almería y Málaga.  No es de extrañar por tanto, que tuvieran que ir  ceñidos a la costa para hacer el viaje  más directo, que es lo mismo que decir, lo más corto posible y claro está a la mayor velocidad que permitían sus calderas. El caso es, que el 4 de Agosto, a las 4 de la tarde navegaban por la  temible costa del Cabo de Palos, plagada de traicioneros montículos, que suben desde el fondo del mar hasta casi la superficie. Los lugareños los llaman bajos y han mandado al fondo a alguna que otra embarcación.
Encuadrada, la losa de 200 metros de longitud y a solo tres metros de la
superficie, en la que encalló el Sirio. De toda la Reserva Marina de las
Hormigas, solo es visible a los ojos, la llamada Isla Hormiga, que alberga un
pequeño Faro.
 
En uno de ellos quedó encallado el Transatlántico, concretamente en el Bajo de Fuera en una zona cercana al islote del Faro de las Hormigas, a tiro de piedra de la costa. Al principio parecía que podría mantenerse en posición horizontal, a pesar de los múltiples destrozos en la zona de flotación, pero lamentablemente a los pocos minutos comenzó a escorarse de popa, quedando desde su mitad cubierto por las aguas,  pero sin llegar a hundirse. Se mantuvo así algunos días hasta que un temporal, terminó por partirlo y desde entonces sus restos viven un sueño eterno bajo ese mar de rocas, llamado de las Hormigas, hoy protegido con la calificación de Reserva Marina

La mayoría del pasaje, como ya he comentado,  era gente humilde, muchos de ellos, no habían visto nunca el mar y menos aún habían aprendido a nadar. Cundió el pánico, y quien debía dar ejemplo de organización y templanza, lo cual hubiera, sin duda,  evitado muchas muertes, o sea el Capitán Piccone, fue de los primeros en huir en un bote,  dejando en la nave el desconcierto y la desesperación.

Mucha gente al pensar que el vapor se iba a pique se lanzó al agua confiando en agarrarse a cualquier cosa. Entre esos desafortunados, los que quedaran atrapados bajo las lonas en la popa hundida, en las bodegas, o murieran con la explosión de las calderas, se calcularon en algo más de doscientas las pérdidas humanas. Lamentablemente esa cifra era mayor, pues había gente que viajaba sin el correspondiente pasaje, por esos -teje manejes- antes explicados. El caso es, que no se contabilizaron bien los cadáveres aparecidos, al principio ni en días posteriores, en distintos puntos del levante. Es fácil, que incluso bastante tiempo después llegaran cadáveres a otras costas mediterráneas no necesariamente españolas y no los relacionaran con la tragedia del Sirio.
 
A quien si identificaron fue al arzobispo de Sao Paulo José de Camargo Barros cuyo cadáver apareció en las costas de Argelia. En el Museo de arte Sacro de Sao Paulo se le puede ver en un cuadro, que representa la Tragedia del Sirio, donde aparece bendiciendo o dando la absolución a otros religiosos y viajeros desesperados. Pero como he dicho, El arzobispo pudo ser reconocido por su vestimenta y porque se sabe que en ese viaje era pasajero del Sirio, pero de los anónimos, nadie dio cuenta si aparecieron, porque nunca estuvieron en las listas del pasaje.

Y pudieron ser más, muchos más los fallecidos, si valientes marineros como Vicente Buigues, no hubieran estado alerta. Este patrón, hecho a mil batallas, personalizo el esfuerzo de todos ellos Sin pensárselo dos veces,  y poniendo su vida y la de su tripulación en peligro, metió en su pailebote a multitud de náufragos. Por este acto, fue condecorado por autoridades italianas y españolas. El Rey Alfonso XIII le reconoció públicamente su acto de valentía, elevándolos al rango de héroe.



SUPERVIVIENTES DEL NAUFRAGIO, HOSPEDADOS
EN CARTAGENA
A los supervivientes se les atendió, dándoles aposento y comida en Cartagena durante varios días. Algunos desistieron de la aventura, y volvieron a su lugar de origen, otros, la mayoría, se embarcaría nuevamente, a los pocos días en vapores que fletó el gobierno italiano, y fueron llevados a sus destinos, yendo la mayoría hacia Argentina. Pobres viajeros. Debieron ser eternos los días del viaje cuando pensaran que otro naufragio podría ser posible antes de llegar a la “tierra prometida”.


Seis años después, estos mismos volverían a revivir los hechos de su tragedia, cuando vieran en la prensa escrita el hundimiento de un vapor, el archiconocido Titánic. Seguramente pensaron, que su desgracia no tuvo tanto eco, ni hubo tanta conmiseración con ellos, pero ya se sabe que los miserables no venden papel.


DESDE CABO DE PALOS

Por supuesto que aquel Cabo de Palos que vivió la tragedia esta cambiado,  pero si están como mudos testigos una cruz de metal en la parte baja del Faro donde al parecer hay enterrada alguna víctima del naufragio, y ¿cómo no? el propio barco partido en la profundidad de los Bajos de las Hormigas.





 
 
La vida marinera de aquel tiempo ha desaparecido. Poca gente se dedica a esa tarea en la actualidad. La pesca se fue dejando en pos del negocio de la sal y posteriormente ha sido el turismo, quien provee de ingresos, sobre todo el turismo de buceo. La zona como ya he comentado está plagada de esos montículos naturales y restos de barcos, lo que la hace especial para la práctica de tal deporte. Son muchas las  -zodiacs- cargadas de submarinistas que entran y salen continuamente del pequeño puerto. De aquellas casas de marineros y salineros apenas quedan restos, la mayoría han sido sustituidas por Clubs de Buceo, y locales  al servicio del visitante. Aun así, en la zona de la Playa de Levante y el Puerto, todavía se puede respirar ese sabor del pueblo tranquilo que sin lugar a dudas fue.
 
PUERTO DE CABO DE PALOS
Existen en segunda fila, pequeñas casitas, ahora quizá vendidas a gente que veranea en la localidad, pero que dan una idea de la humildad de sus habitantes de entonces. El Faro, situado en la “proa del gran navío, llamado Cabo de Palos cuya maroma está amarrada eternamente al Mar Menor,  es el emblema de la localidad. Un faro rotundo, regio, poderoso, me atrevo a bautizarlo como La Torre de Hércules  del Mediterráneo Español y en este litoral soy de los que “ incluyen”  la Comunidad Autónoma de Cataluña”.
En mi opinión, considero  erróneo que tan majestuoso Faro no sea visitable, al día de hoy. Idea que lanzo desde este humilde rincón porque sin dudas servirá de reclamo a visitantes de la población. En su explanada, pegado al acantilado, se puede ver un recuerdo en  litografía y metacrilato del naufragio del Sirio y la desinteresada ayuda que los pescadores del lugar, representados como ya he dicho en la persona de Buigues, prestaron a los supervivientes.

Se me antoja, pobre homenaje a aquellos héroes y escaso recuerdo de tan luctuoso hecho. Otro recordatorio a la tragedia, se encuentra en una piedra situada tras la comisaría de Policía, reconozco que más “sólido” sí que es, pero peca de tosco, sobrio y ni por asomo, emite un mínimo de emotividad. Estoy convencido que tanta urbanización, esa que ha colonizado por completo el peñasco de Cabo de Palos, ha debido dejar suficiente dinero en las arcas municipales, como para que los ediles puedan engrandecer la localidad, invirtiendo en sus recuerdos.

Quise buscar la memoria de la tragedia en los lugareños más ancianos, preguntar ¿que sabían?, ¿que les habían contado?. Todos me remitían a Rogelio. “Ese hombre sabe y ha escrito mucho de todo eso”. 

Como publicaciones sobre el tema, conocía el ensayo de Angel Rojas Penalva, la  novela de Emma Lira, -Lo que esconden las olas,  y el cuento El Naúfrago del Sirio, de Antonio García Lorca, pero no  sabía que alguien hubiera editado en España otros  libros al respecto, aunque es cierto que es autoedición no por ello dejo de hacerme especial ilusión ir en búsqueda del tal Rogelio, no en vano, tenía la oportunidad de conocer a alguien que convivió con testigos directos del hecho.

En mi peregrinar por las cuatro callejas que conforman el verdadero núcleo de Cabo de Palos, cercano a la panadería del lugar donde compré dulces típicos y ya en la parte noble del puerto se puede observar una librería al borde del mar junto a los bares y restaurantes que la rodean. El propietario debe ser  uno de esos últimos románticos que merece todos mis respetos por haber logrado mantener el local para el cultivo de las palabras escritas en vez de entregarlo a menesteres más prosaicos como el de los vecinos que lo escoltan. Y allí, entre esa librería y las terrazas de los restaurantes,  sentado ante una mesa donde expone sus libros a la espera de que algún “bicho raro”  los adquiera, estaba Rogelio García Galindo, la auténtica memoria de Cabo de Palos. Es probablemente la persona más conocida en la localidad. Un autodidacta, de 85 años, con una lúcida mente que hizo de su necesidad de contar una ilusión y esta ilusión es la que lo levanta cada mañana para compartir  vivencias propias y ajenas con todo el que quiera y si de paso se las compran envueltas en un libro, pues mejor.

Personajes como el, es lo que necesita cualquier pueblo, que quiera extenderse más allá de su propio punto en el mapa.  Rogelio, te hace vivir su historia y de paso la del sitio y las gentes donde esta se ha desarrollado. Ojalá que Cabo de Palos, sepa pagarle la promoción que hace de ese caprichoso trozo de roca y tierra que parece que “navega mar adentro”. Y,  si acuerdan hacerle un homenaje, que sean de los que perduren,  tanto por que el acto sea emotivo, como el soporte que quede en conmemoración, sea mejor y más sólido que la cartulina y el metacrilato, que protegen a Vicente Buigues, allá arriba en el Faro.

Fue un placer hablar con Rogelio, escuchar de vez en cuando los rimados “automatismos verbales” que regala a todo aquel que se pone a ojear su literatura. Esa tarde me invitó a sentarme a su lado. Hablamos, como era de recibo, del Sirio, de la casualidad que el viniera a nacer en Oran, (Argelia), justo el lugar donde 25 años antes había llegado el cuerpo del arzobispo de Sao Paulo, desaparecido en el naufragio, comentamos de que fue en el cementerio de los Belones, pueblo de al lado, donde enterraron a las primeras víctimas, y no supimos aclarar el paradero de los otros muchos fallecidos, quizá dispersos por los cementerios del litoral  levantino o más allá. 
 
En fin, hablamos de todo aquello y otros avatares, de cosas, que de una u otra forma, cuenta en sus libros con mejor o peor estilo, con mayor o menor acierto, pero a sabiendas que lo hace desde un alma que precisa de esa caricia del paseante, que se para ante las páginas de su vida. Es por eso, que al final, consideré justo ejercer de bicho raro del día. Adquirí dos ejemplares  que me dedico envolviéndolos en generosas palabras.

Lo abracé con fuerzas al marcharme.

Nunca se sabe, cuando nos despedimos, si estamos dando el último saludo.



JULIAN MARTINE ARRIBAS
MIEMBRO DEL INTERNACIONAL C.C. ANDERMATT

2 comentarios:

  1. Enhorabuena. Nos ha gustado mucho el articulo. Es muy completo.

    Un saludo,
    Toni Palacín y Jose Navarro

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